domingo, 18 de julio de 2010

Viajar en autobús

Con el auto en el taller recibiendo servicio hoy me toca viajar en transporte colectivo. Espero el autobús en la esquina de mi casa. Pasan dos cuyos choferes parecieran programados para no detenerse. Aferrados al volante se van como exhalación... Sigo esperando. Viene el tercero y ese sí se detiene... Con mi natural agilidad me subo justo en la milésima de segundo que tardó en detenerse y ponerse en marcha de nuevo... ¡IUff... A tiempo!

Ah, qué buena bienvenida... Sabrosona "La comadre" se escucha en la radio... Es de agradecer el afán educativo del chofer al compartirnos esas joyas musicales... Las letras son "un poema". Oda a la vulgaridad, el título más acertado. Y el volumen.... mmm, la música no sólo te entra por los oídos, sino que se mete en cada poro, al grado que luego de cinco minutos escuchándola el esfuerzo por no ponerte de pie a bailar frenéticamente es agotador... Pero tampoco puedes abstraerte... La velocidad del autobús se intensifica más y más y más.... En un reflejo involuntario "freno" con los pies bajo mi asiento cada que veo acercarse un obstáculo que parece insalvable, sea peatón, auto estacionado, motociclista, etc. El corazón me late tan de prisa que es capaz de explotar de un momento a otro.

Trato de leer... Imposible, entre la música y el miedo, convertido ya en terror por la temeraria forma de conducir del chofer, las letras danzan casi tan frenéticamente como la música. Como dicen que ocurre cuando la muerte está cercana pasan por mi mente mil imágenes de mi vida... "Los quise mucho a todos... si muero no olviden cuánto los quise"... No puedo evitar reir nerviosamente ante mi lúgubre pensamiento mientras seguimos avanzando a una velocidad ilícita, casi obscena.

Llegando al centro de la ciudad se complica el asunto porque el chofer no está programado para conducir a baja velocidad; entonces en tramos pequeñísimo entre un auto y otro pretende desarrollar la turbovelocidad con que nos ha traído... Pisa el freno con fuerza digna de mejor causa y ni se fija del bamboleo de cabezas que esto ocasiona entre los pasajeros...No sería mala idea llevar un collar ortopèdico cada que uno viaja en autobús. Esta nueva idea provoca otra risa nerviosa en mí... El compañero de asiento me mira como censurando mi risa o preguntándose "¿Estará loca?", pero en la manera como está aferrado al asiento veo que es víctima del mismo miedo atroz que yo y río más...

Por fin, la cercanía del paradero de autobuses casi me pone de rodillas para pedir a Dios que,"por favor, por favor, por favor", nos permita llegar a tan ansiada meta, a unos 300 metros de distancia.

El chofer sigue evadiendo obstáculos... Casi siento el aliento de los pasajeros de otro autobús al que rebasamos.

¡No lo puedo creer! Llegamos sin chocar... Mis piernas, temblorosas, tardan en obedecer el mandato de mi cerebro para ponerme de pie y bajar. Los demàs pasajeros bajan serios, callados, cabizbajos...parecen personajes de Juan Rulfo, pienso y río de nuevo. Me pregunto cómo pueden ocultar bajo esa máscara la amplia gama de emociones que acaban de vivir, el exceso de adrenalina que acabamos de liberar.

Yo por mi parte, bajo con una sonrisa imposible de ocultar. Agradecida con la vida por esta nueva oportunidad... Mentalmente me pongo de rodillas para besar la acera... ¡Bendita sea!

¿Y creen que esto no fue divertido? Por el precio de un boleto de autobús vivimos emociones tan fuertes como en los mejores juegos mecánicos... ¿A poco no es una ganga?

¿Y a quien le importa la seguridad de los pasajeros? Está claro que al chofer no y que a los jefes del chofer tampoco y a las autoridades menos... Pero siempre hay que recordar aquello de: boleto de autobús, cinco pesos... pastillas para los nervios ... 80 pesos....collar ortopédico por si las moscas... 200 pesos... llegar a salvo a la meta luego de un alucinante viaje en autobús... no tiene precio.

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