Tuve la inmensa fortuna de tener una mamá optimista. Mamá me enseñó con el ejemplo a ser feliz a pesar de los pesares, a cantar siempre, a reir, a conversar sin cansancio; a buscarle siempre lo bueno a la vida. Ella decía que la vida es muy linda y que ella no se quería morir nunca. Y nunca morirá porque nos heredó esa alegría y esa fortaleza que levanta siempre hasta de las peores caídas. Hoy la recordaba en el olor de la fruta que elegía en el supermercado. El olor de la fruta me devolvió de golpe al pasado; a las tardes con mis hermanos, a la voz de mamá, a los remedios caseros que curaban el cuerpo y alegraban el alma. Recordé con mis amigos las veces que bajo los alegres ojos de mi madre todos reíamos, contábamos historias, caminábamos por calles y más calles con su incasable plática. Todas las noches vistábamos a su hermana y de vuelta a la casa hubo noches maravillosas de luna y estrellas en las que nos deteníamos a comprar codzitos. ¡Cómo disfrutamos esos sencillos placeres compartidos!
De su mano también nos apurábamos para llegar a la casa y salir corriendo al patio a ver brotar las lunas, unas flores blancas hermosas que se daban enredadas entre la albarrada. Con ella aprendí a dar gracias a la luna cuando se asomaba tímida con una uña blanca en el cielo despejado. Alrededor de la mesa de familia pobre descubrí el valor de lo justo. Mamá nos repartía las tortillas en igual número a todos, incluso las dividía en medios y cuartos hasta que nadie tuviera más que otro. Recuerdo los refrescos de fruta que hacía con las manos y con el corazón. Aprendí a admirar las casas bonitas que veíamos por la ciudad y aprendí a tener la certeza que de todos los palacios el nuestra era mejor porque era nuestro, aunque no tuviera agua, luz o muebles. Mamá hacía que todo luciera mejor de lo que era.
Con mamá aprendí que por poco que uno tenga siempre hay algo para compartir. Aprendimos todos a disfrutar a fondo los momentos felices, la alegría sencilla y desbordante de estrenar vestidos aunque que no eran nuevos. Tenía una sabiduría innata y una alegría, repito, a toda prueba... Una herencia invaluable que todos los días me afano en conservar... Cada risa, cada cosa que admiro, cada flor que contemplo es como mirarla a ella, rendirle homenaje y llevarla siempre dentro para ser mejor.
muy ciertas tus palabras y aunque conviví con ella 20 años fueron suficientes para que la adoptara como mi MADRE por el simple hecho de SER COMO ERA,,, me hiciste recordar tantas cosas
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